Investigaciones universitarias luchan a favor del medio ambiente 

La desertificación es un proceso de transformación de tierras fértiles a terrenos yermos, intensificado por prácticas como el sobrepastoreo, la minería y la deforestación. Este fenómeno es consecuencia de sequías, periodos de condiciones secas anómalas en regiones no áridas y afectan a los ecosistemas y actividades humanas dependientes del agua. 

Según la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, aproximadamente 40% de las zonas terrestres del planeta están degradadas, es decir, desertificadas. El número y la duración de los períodos de sequía han aumentado un 29% desde el año 2000 y afecta a casi 3.200 millones de personas, un número que puede aumentar si no se toman medidas urgentes. 

Por esta razón, cada 5 de junio se celebra Día Mundial del Medio Ambiente, que este año está enfocado en restaurar las tierras, detener la desertificación y fortalecer la resiliencia a la sequía bajo el lema «Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la Generación Restauración».  

Tipos de sequía y sus efectos 

Miguel Martínez-Fresneda, docente de la Facultad de Arquitectura e Ingenierías de la UISEK, indica que existen diversos tipos de sequía: 

La más inmediata es la llamada sequía meteorológica, en la que las precipitaciones son significativamente inferiores a la media durante un periodo prolongado provocando un mayor riesgo de incendios y cambios en la dinámica de los ecosistemas. 

Otra de las consecuencias posteriores es la llamada sequía agrícola que afecta directamente la producción de cultivos, amenazando la seguridad alimentaria y favoreciendo la erosión del suelo. En Ecuador, las pérdidas durante 17 años se valoran en más de 424 millones de dólares. 

Ecuador ha sido testigo de la sequía hidrológica durante estos meses que redujo a un nivel crítico los caudales de los ríos o los volúmenes de agua en presas y lagunas, paralizando la actividad de las hidroeléctricas, y que también puede causar restricciones de agua y cambiar la dinámica de las especies acuáticas. 

El último tipo es la sequía socioeconómica que ocurre cuando la demanda de agua supera la disponibilidad debido a anteriores sequías combinadas. Esto afecta el bienestar económico y social, provocando escasez de agua potable, aumento de precios de alimentos, pérdidas económicas, conflictos por recursos, problemas de salud pública y migración de comunidades. 

¿Qué podemos hacer para combatir la sequía? 

Según la información del Ministerio de Ambiente, en nuestro país las zonas más afectadas son Manabí, Loja y El Oro, ya que convergen dos aspectos importantes: su bajo nivel de precipitación y su ubicación en suelos vulnerables a la degradación. 

Para Martínez-Fresneda, es esencial implementar sistemas integrados de gestión de agua que combinen el uso de recursos hídricos superficiales y subterráneos. “Una estrategia clave es la construcción y el mantenimiento de infraestructura para recolectar agua durante los períodos de lluvia. Esta puede ser almacenada mediante la inyección en acuíferos, garantizando su disponibilidad para consumo posterior.” 

En el sector agrícola, se deben emplear cultivos más resistentes a la sequía y diversificar las actividades económicas para reducir la dependencia del sector primario. “Además, es fundamental desarrollar planes de emergencia y sistemas de alerta temprana que permitan gestionar y responder de manera eficaz a las sequías, minimizando así su impacto en las comunidades y los ecosistemas”, añade el experto. 

Ecuador enfrenta también otros desafíos ambientales como la deforestación, la contaminación del agua y la expansión urbana descontrolada, que están poniendo en grave peligro la biodiversidad del país. Para combatir estos problemas, es esencial implementar programas de reforestación, promover prácticas agrícolas sostenibles, establecer sistemas de tratamiento de aguas residuales en las ciudades, pequeños núcleos urbanos e industrias, y dotar de recursos a las áreas protegidas. 

Además, la educación ambiental en todos los niveles es fundamental para garantizar la conservación de los recursos naturales y el bienestar de las comunidades. Aquí es donde la academia debe comprometerse formando a futuros profesionales capaces de enfrentar los desafíos ambientales actuales.  

La UISEK, destaca el experto, juega un papel activo en la lucha contra los impactos ambientales a través de la investigación en áreas como los sistemas de tratamiento de aguas residuales con microalgas, la evaluación de la contaminación y el riesgo ecológico de metales pesados en suelos de la Amazonía, y el estudio de la ecoepidemiología del paisaje, por mencionar algunos ejemplos de las últimas tesis doctorales defendidas por sus docentes. 

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