La ciencia detrás del amor

Por: Alejandro González Andrade, director de la Maestría en Neuropsicología y Educación de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).

El enamoramiento es una experiencia universal, un fenómeno que ha sido explorado por filósofos, escritores y científicos a lo largo de la historia. Sobre el amor, o por amor, se han escrito algunas de las obras más trascendentales de la literatura, se han diseñado imponentes construcciones y se han tomado decisiones que han cambiado el curso de la humanidad.

En las últimas décadas, la neurociencia ha logrado desentrañar muchos de los misterios de este proceso desde un enfoque científico, identificando neurotransmisores y regiones cerebrales responsables de generar las emociones y los comportamientos asociados al amor. Gracias a estos avances, hoy comprendemos que el amor no es solo una cuestión del corazón, sino también del cerebro.

El enamoramiento es un proceso complejo y, como tal, está mediado por una intrincada interacción de neurotransmisores y regiones cerebrales. Entre los principales protagonistas de este fenómeno destaca la dopamina que fue denominada inicialmente como “la molécula del placer”, aunque estudios posteriores han demostrado que su papel está más relacionado con la anticipación y la búsqueda de recompensas inesperadas. Esta sustancia es la principal responsable de ese encantamiento característico de las fases iniciales del amor, lo que muchos llaman amor romántico y que, como innumerables canciones y películas han retratado, tiene una duración limitada.

Joaquín Sabina lo expresó con crudeza: “Lo peor del amor es cuando pasa, cuando al punto final de los finales, no le quedan dos puntos suspensivos”. Y es que el amor dopaminérgico no dura para siempre. De hecho, está abocado a desaparecer desde el mismo momento en que comienza, en cuanto la novedad y la sorpresa van dejando paso a lo conocido y previsible. Este periodo, variable en cada persona, suele extenderse entre doce y dieciocho meses. Si la relación continúa, la naturaleza del amor cambia: la idealización da paso a una conexión más realista y profunda en la que el entusiasmo por lo nuevo se reemplaza por la estabilidad y el compromiso con el presente. Por esta razón, cuando la activación dopaminérgica cesa, muchas relaciones llegan a su fin en busca de otra persona que reactive la misma montaña rusa de emociones.

Es importante destacar que la dopamina no reside en la satisfacción de un deseo, sino en el anhelo de alcanzarlo. Para que el amor romántico se transforme en un vínculo duradero es necesario que la dopamina ceda protagonismo a otras sustancias, como la serotonina, la oxitocina y la vasopresina, que permiten que la fantasía se convierta en compromiso.

La serotonina es un neurotransmisor clave en la regulación del estado de ánimo y el control de impulsos. Estudios han demostrado que durante la fase de amor romántico sus niveles son más bajos, lo que podría explicar la intensidad emocional y la obsesión característica de esta etapa. Conforme esta fase pasa, los niveles de serotonina aumentan, facilitando la estabilidad emocional y permitiendo que la relación se centre en el aquí y el ahora. Este cambio químico es crucial para la evolución del amor: mientras la dopamina impulsa la pasión y la euforia, la serotonina permite construir vínculos más equilibrados y sostenibles.

Por su parte, la oxitocina y la vasopresina, más activa la primera en la mujer y la segunda en el hombre, son hormonas asociadas con las relaciones duraderas.

Concretamente, la oxitocina, conocida como la hormona del apego, se libera en grandes cantidades durante el contacto físico, como los abrazos, las caricias y las relaciones sexuales. Su presencia fortalece la confianza y la intimidad en la pareja, promoviendo una sensación de seguridad y bienestar. Además, modula la actividad de la amígdala, reduciendo el miedo y la ansiedad, lo que facilita la conexión emocional. Su importancia en la formación del vínculo también se pone de manifiesto durante la maternidad, favoreciendo la vinculación entre madre e hijo y reforzando la conducta protectora.

Por su parte, la vasopresina está asociada a la fidelidad y la estabilidad en la pareja. Estudios han encontrado que niveles elevados de esta hormona favorecen comportamientos de apego y compromiso a largo plazo.

Comprender la neuroquímica del amor no supone reducirlo a meros procesos químicos, pero nos ayuda a comprenderlo. Al fin y al cabo, como escribe Antonio Damasio “el amor no es solo un sentimiento, sino un estado fisiológico que implica emociones y mecanismos cerebrales específicos”.

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